«Siempre estás huyendo de la muerte, aunque no tienes nada por lo que vivir… hasta que la conociste.»
Scud: The Disposable Assassin es una serie de cómic americano creada por Rob Schrab, que fue el dibujante de todos los números y el guionista de la mayoría, contando con la ayuda en ocasiones de Dan Harmon y Mondy Carter. La serie original contaba con 20 números publicados entre febrero de 1994 y febrero de 1998 por la editorial que creó Rob Schrab para autopublicarse; Fireman Press LTD. (Scud: The Disposable Assassin #1-20). Tras el Scud: The Disposable Assassin #20, la serie quedó en un gran cliffhanger inconclusa debido a problemas personales del autor. Por suerte, Eric Stephenson contactó con Rob en 2006 para recopilar los 20 números originales, y Rob Schrab lo tomó como una señal para publicar el último número, que al final fueron cuatro, y que publicó Image Comics entre febrero y mayo de 2008 (Scud: The Disposable Assassin #21-24).
Muchas veces, utilizamos a la ligera el término «cómic independiente americano», y lo empleamos a menudo (yo me incluyo) para referirnos a esas obras de autor que tanto proliferan actualmente en el mercado americano y que suelen ser publicadas por editoriales como Image Comics, Dark Horse Comics, Aftershock, Vault, Boom Studios… Pero el cómic independiente per se hace referencia a esas obras que han autopublicado sus autores en pequeños estudios, la mayor parte de las veces fundados por ellos mismos, en un admirable y valiente esfuerzo creativo. Hoy, además de centrar mis palabras en uno de estos cómics verdaderamente independientes, lo haré en uno bastante desconocido por el público en general, casi un cómic de culto, muy lejos de los grandes éxitos del cómic autopublicado como Bone, Strangers in Paradise o Cerebus, pero que sin duda, ha sido una gran influencia para determinadas personas. Pero me estoy adelantando.
Scud: The Disposable Assassin, nos traslada a un mundo futurista donde un empleado de una fábrica de maniquíes, Hershel, recibe el encargo por parte de su jefe Spidergod de que se deshaga de Jeff, un extraño monstruo gigante femenino con brazos como piernas, bocas en las rodillas, un calamar en la cintura, trampas para ratones en las manos y un enchufe como cabeza, que vive en el sótano de la fabrica y está matando a cualquiera que se ponga a su alcance. Hershel, incapaz de hacer nada ante semejante bestia, decide recurrir a una máquina expendedora de Scud Co., donde, por apenas tres monedas, puede contratar los servicios del último modelo de asesinos desechables; un Scud de la serie Heartbraker, que eliminará a quien desees y en cuanto termine su cometido, explotará para no dejar ningún cabo suelto.
Pero este Scud (número de serie 1373) en cierto momento ve la placa de su espalda que indica que se autodestruirá al eliminar su objetivo, y su instinto de supervivencia (¿quién querría un robot asesino que se deja matar antes de cumplir su misión?) le obliga a buscar una solución un tanto expeditiva; arrancarle las extremidades a Jeff y enviarlo al hospital, para que la conserven en soporte vital, y así Scud no muera nunca. Por supuesto, el soporte vital no es algo barato, y Scud decide hacer lo que mejor sabe para ganar dinero: matar.
Así comienza la gran odisea de Scud, donde conocerá a Tony Tastey y el resto de cyborgs mafiosos que componen La Cosa Nostroid, su fiel y adorable sidekick, Drywall (un ser de tela con ojos de botón y numerosas cremalleras de donde saca manos con cualquier cosa que haya en su interminable interior, constituido por sectores de 12 x 12 metros donde clasifica todo lo que tiene, que es absolutamente de todo) y por supuesto, al interés romántico de Scud; Sussudio, una asesina robofílica. Todo esto tendrá lugar en un mundo increíble y súper imaginativo, donde cualquier cosa es posible, un matón con cuerpo humano y un perro por cabeza, toros con cohetes como pezuñas y motosierras por cuernos, jirafas que vuelan y lanzan láseres, dinosaurios zombi, animales del zoo zombi, hombres lobo espaciales, una puerta al infierno a la que se accede por medio de un router y un sacrificio de sangre…
Por supuesto, esta imaginación se hace extensiva hasta los principales villanos de la serie, entre los que cabe destacar a Voo-Doo Ben, el mismísimo Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores, que ha vendido su alma al diablo y es un genio de la ciencia y la magia negra (además de un cabroncete retorcido), los ángeles del cielo, Spidergod y el despiadado System.
Creo que ya ha quedado claro las pocas restricciones de la serie; un cómic con el que fliparía cualquier chaval de 12 años, pero que va mucho más allá, ya que no se queda sólo en eso. Es cierto que al principio es un entretenimiento asalvajado y no siempre bien llevado, pero poco a poco la historia va haciéndose mejor, sobre todo a raíz de la ayuda de Dan Harmon, que será el elemento definitivo que hará que Rob comience a cuidar más la estructura narrativa, y así, progresivamente vaya mejorando y mutando hasta convertirse en una obra indescriptible.
Scud: The Disposable Assassin no es algo que haya de verse como una serie de capítulos, sino como un todo; cada nuevo número es un escalón en el crecimiento de Scud, un paso más en su camino y una vuelta de tuerca más de la obra, que no será siempre esa historia violenta y humorística que busca el entretenimiento por medio de la imaginación y lo ridículo, sino que comenzará a presentar tintes oscuros según la vida del creador, Rob Schrab empieza a complicarse. Para mí, ése es el punto de inflexión de la serie; se tocan muchísimos géneros, situaciones realmente bizarras y personajes impensables, pero todo queda en un segundo plano para que Scud evolucione y avance en su odisea personal. Porque Scud y todo lo que le pasa, no es sino el reflejo de Rob y su vida personal, y según nos acercamos más al número 20, se ve cómo la depresión que estaba sufriendo Rob, comienza a tomar el mando de la serie; porque desde el principio, Scud era Rob, y la serie Heartbreaker (rompecorazones) y su logo, hacían referencia a la dolorosa ruptura que sufrió el autor antes de comenzar el cómic. Esta depresión que empezó a sufrir Rob a lo largo de la serie, le llevó a dejarla parada en el cliffhanger final del número 20, porque no estaba gustándole lo que estaba haciendo con la serie (pese a que en mi opinión cada vez iba a mejor). Así quedó Scud hasta 8 años después, tras los que Rob decidió terminar la serie con el número final (que resultaron ser cuatro) y un cierre muy distinto al que tenía planeado que llegaron 10 años después de que dejara la colección parada.
Pese a la época en la que vio la luz Scud (en plenos años 90), Rob Schrab intenta alejarse de la corriente que estaba llevando la mayoría de las series contemporáneas de las grandes editoriales; en vez de un héroe súper musculado, oscuro, taciturno, duro y reservado, el protagonista era un robot estilizado, incluso delgaducho, con ojos grandes y casi ridículos, que aunque se encontrara obstáculos, siempre seguía hacia adelante, con ganas, alegría y contagiando de su energía a cuantos se encontraba. Pero también los 90 son la esencia del estilo de la serie, las múltiples referencias a la cultura general y la atmósfera en general.
No voy a engañar a nadie; Scud: The Disposable Assassin ha acabado encantándome, pero no ha sido un camino idílico, al principio la serie era meramente entretenida, pese a la increíble imaginación del mundo de Scud. Pero según Rob va creciendo como persona y autor, lo hace Scud. Me ha sido inevitable no reírme en determinados momentos, odiar a Voo-Doo Ben, adorar a Drywall, enternecerme con la relación entre Scud y Sussudio o querer abrazar a Mess. No creo que haya nadie que pueda llegar al final de la serie sin emocionarse.
Scud es una obra tremendamente especial, y no creo que sea para todos los gustos, pero su valor es indudable. Comentaba al principio el tema de las influencias, y es que, un producto audiovisual tan aclamado como la serie de Rick y Morty, nació gracias a Scud, Rob Schrab y su colectivo en torno al cine, como reconoce Justin Roiland. Aparte, es sencillo ver cosas de Scud en otras obras como Futurama, o en cómics como Chew, pero no menciono nada de esto para justificar la calidad de esta obra, puesto que no hace falta; Scud es un cómic irrepetible.
Orden de lectura, Spin-offs y movidas varias
Pese al carácter de culto de la serie, en su momento contó con un apoyo bastante potente. Esto se tradujo en distintos spin-offs sobre personajes y elementos de la serie que daban para su historia propia (y la verdad, es que cada nuevo personaje da para su propia serie). Estos spin-offs, solían ser guionizados y dibujados por otros autores, para que dieran su visión del mundo de Scud, salvo alguna excepción, como el one-shot centrado en el origen de Drywall; Drywall: Unzipped! y el one-shot Black Octopus: Sexy Genius que son las únicas historias, aparte de los 24 números de la colección, imprescindibles para la historia de Scud. Estos one-shot fueron guionizados y dibujados por Rob Schrab. El resto de spin-offs que surgieron fueron La Cosa Nostroid, que se centraba en la familia de cyborgs mafiosos de Tony Tastey (y que está realmente genial, a ver si Dan Harmon la finaliza), la serie de Drywall y Oswald, que se titulaba, precisamente, Drywall and Oswald Show! y por último, la oportunidad para otros autores de ver qué hacían con la premisa inicial de la serie; Scud: Tales From The Vending Machine. La única lectura complementaria a la serie de Scud, pero que realmente no es necesaria, es el La Cosa Nostroid #6, ya que formaba parte de un pequeño crossover, pero no es necesario leerlo, sólo aporta otro punto de vista a la historia. Así, el orden de lectura sería:
-Scud: The Disposable Assassin #1-13
-Drywall: Unzipped!
-Scud: The Disposable Assassin #14-18
-La Cosa Nostroid #6 (opcional)
-Scud: The Disposable Assassin #19
-Black Octopus: Sexy Genius
-Scud: The Disposable Assassin #20-24
Pero la cosa no quedó sólo ahí, de hecho, sacaron dos videojuegos de Scud, e incluso sonó muy fuerte una adaptación cinematográfica (no en vano Rob Schrab se dedica a la industria cinematográfica, entre sus trabajos destaca Monster House) pero no llegó a fructificar porque Rob quería tener el control del proyecto, también estuvo a punto de salir una serie de animación con la MTV. Además, cuando fue relanzada la serie con los números finales, salieron algunas figuras de acción.
Apartado Gráfico
El dibujo de Rob Schrab es totalmente fiel al estilo de la serie; dinámico, expresivo, imaginativo… es increíble las cosas que dibuja en ocasiones, simplemente ver a Jeff, es todo un reto visual, contra ni más dibujarlo en tantísimas ocasiones y posturas como lo hace Rob. Además el blanco y negro lo hace todavía más especial, y el uso de tramas más todavía. Obviamente, el dibujo tiene fallos, se nota cuándo invierte más o menos tiempo en una escena o cuándo le gusta más lo que está dibujando, pero cuando pone toda la carne en el asador, los resultados son súper detallados y sorprendentes, siempre con esa clara influencia del cartoon, y continuamente evolucionando. Es un privilegio ver cómo mejora página a página y también el salto que se produce en su vuelta a la serie.
Por supuesto, pasa lo mismo que con el cómic en sí; el arte de Rob Schrab, no es para todos los gustos, pero lo que no se puede negar es su alta efectividad, y su facilidad para transmitir las sensaciones del guión o preparar escenas de acción descomunales. A poco que te guste Scud, te acabará encantando el dibujo de Rob.
Ediciones
El ser un cómic autopublicado complicaría el tema de encontrar ediciones de la obra, pero por suerte, al publicar los números finales con Image Comics, había un objetivo en mente; un Omnibus recopilatorio con toda la serie. Esta es la mejor y más sencilla forma de leer esta serie; el Scud: The Disposable Assassin – The Whole Shebang, un tomo en rústica (también salió en tapa dura), de casi 800 páginas con los Scud: The Disposable Assassin #1-24, y los spin-offs Drywall: Unzipped! y Black Octopus: Sexy Genius. Pese a lo grande y pesado que es el tomo, es sorprendentemente manejable, resistente e incluso cómodo de leer, de hecho se abre muy bien sin dañar el lomo. Esto, unido a lo asequible de su precio, lo hace, para mí, la edición perfecta.
Por desgracia, la obra permanece inédita en castellano.
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